(La siguiente nota y poema de Mosab Abu Toha fueron
publicadas en The Atlantic el 9 de noviembre de 2023):
Escribí este poema el año pasado, reflexionando sobre
mi infancia bajo la ocupación militar israelí. Ahora me encuentro en Jabalia,
un campo de refugiados de las Naciones Unidas, con mi esposa y mis tres hijos.
Leo para mí este poema y me pregunto si mis hijos serán capaces de escribir
poemas sobre las bombas y explosiones que están viendo. Yo tenía 8 años la
primera vez que vi un misil. Ahora mi hijo menor, que nació en Estados Unidos
en mayo de 2021, está viviendo la tercera oleada de bombardeos israelíes. No
sólo él, su hermano mayor y su hermana huelen la muerte a su alrededor; además,
perdieron su casa en Beit Lahia hace 10 días. Afortunadamente no había nadie dentro.
Mi hijo Yazzan, de 8 años, me pregunta: «¿Siguen vivos nuestros juguetes?».
Los tanques ruedan por el polvo, por los campos de
berenjenas.
Camas destendidas, relámpagos en el cielo, el hermano
corre a la ventana para ver los aviones de guerra
volando entre nubes de humo
tras los ataques aéreos. Aviones de guerra que parecen
águilas
en busca de una rama de árbol donde posarse o
recuperar el aliento, pero estas águilas de metal
atrapan almas en un tazón de sopa de sangre y huesos.
No hay necesidad de radio.
Somos las noticias.
Los oídos de las hormigas duelen con cada bala
disparada desde ametralladoras furiosas.
Los soldados avanzan, queman libros, algunos fuman
hojas enrolladas del periódico de ayer, igual que
hacían
cuando eran niños. Nuestros hijos
se esconden en el sótano, de espaldas a los pilares de
concreto,
con las cabezas entre las rodillas, los padres se
quedan callados.
La humedad allí abajo, y el calor de las bombas
ardiendo
se suman a la muerte lenta
de la supervivencia.
En septiembre del año 2000, después de comprar pan
para la cena,
vi un helicóptero lanzando un misil
contra una torre tan lejos de mí como mis gritos de
espanto
cuando escuché caer desde lo alto concreto y vidrio.
Las barras de pan se echaron a perder.
En aquel momento aún tenía 7 años.
Era décadas más joven que la guerra,
unos años más viejo que las bombas.
versión al español: Brianda Pineda Melgarejo
(The following note and poem by Mosab Abu Toha were published in The Atlantic on November 9, 2023):
I wrote this poem last year, reflecting on my childhood under Israeli military occupation. I’m now staying in Jabalia, a United Nations refugee camp, with my wife and three kids. I’m reading this poem to myself and wondering if my children will be able to write poems about the bombs and explosions they are seeing. I was 8 the first time I witnessed a rocket. Now my youngest child, born in America in May 2021, is living through the third wave of Israeli bombing. Not only are he and his older brother and sister smelling death around them; but they have also lost their house in Beit Lahia 10 days ago. Luckily no one was at home. My son Yazzan, who is 8 years old, asks me, “Are our toys still alive?”
Tanks roll through dust, through eggplant fields.
Beds unmade, lightening in the sky, brother
jumps to the window to watch warplanes
flying through clouds of smoke
after air strikes. Warplanes that look like eagles
searching for a tree branch to perch on,
catch breath, but these metal eagles
are catching souls in a blood/bone soup bowl.
No need for radio.
We are the news.
Ants’ ears hurt with each bullet
fired from wrathful machine guns.
Soldiers advance, burn books, some smoke
rolled sheets of yesterday’s newspaper, just like they did
when they were kids. Our kids
hide in the basement, backs against concrete pillars,
heads between knees, parents silent.
Humid down there, and heat of burning bombs
adds up to the slow death
of survival.
In September 2000, after I had bought bread for dinner,
I saw a helicopter firing a rocket
into a tower as far from me as my frightful cries
when I heard concrete and glass fall from high.
Loaves of bread went stale.
I was still 7 at the time.
I was decades younger than war,
a few years older than bombs.