Pursuit
Dans le fond des forêts votre image me suit.
RACINE
There is a panther stalks me down:
One day I'll have my death of him;
His greed has set the woods aflame,
He prowls more lordly than the sun.
Most soft, most suavely glides that step,
Advancing always at my back;
From gaunt hemlock, rooks croak havoc:
The hunt is on, and sprung the trap.
Flayed by thorns I trek the rocks,
Haggard through the hot white noon.
Along red network of his veins
What fires run, what craving wakes?
Insatiate, he ransacks the land
Condemned by our ancestral fault,
Crying: blood, let blood be spilt;
Meat must glut his mouth's raw wound.
Keen the rending teeth and sweet
The singeing fury of his fur;
His kisses parch, each paw's a briar,
Doom consummates that appetite.
In the wake of this fierce cat,
Kindled like torches for his joy,
Charred and ravened women lie,
Become his starving body's bait.
Now hills hatch menace, spawning shade;
Midnight cloaks the sultry grove;
The black marauder, hauled by love
On fluent haunches, keeps my speed.
Behind snarled thickets of my eyes
Lurks the lithe one; in dreams' ambush
Bright those claws that mar the flesh
And hungry, hungry, those taut thighs.
His ardor snares me, lights the trees,
And I run flaring in my skin;
What lull, what cool can lap me in
When burns and brands that yellow gaze?
I hurl my heart to halt his pace,
To quench his thirst I squander blook;
He eats, and still his need seeks food,
Compels a total sacrifice.
His voice waylays me, spells a trance,
The gutted forest falls to ash;
Appalled by secret want, I rush
From such assault of radiance.
Entering the tower of my fears,
I shut my doors on that dark guilt,
I bolt the door, each door I bolt.
Blood quickens, gonging in my ears:
The panther's tread is on the stairs,
Coming up and up the stairs.
Sylvia Plath, 1956.
Caza
Desde las profundidades de los bosques
su imagen me persigue
su imagen me persigue
RACINE
Hay una pantera acechándome:
un día me dará muerte;
arden los montes por su gula,
él pasea más arrogante que el sol.
Más suave, se desliza más ligero a cada paso,
avanzando siempre a mis espaldas;
Desde un desolado abeto, los grajos graznan caos:
comienza la cacería, la trampa ha florecido.
Desollada por espinas asciendo las rocas,
Atravieso, demacrada, el blanco y caluroso mediodía.
Por la red roja de sus venas
¿qué fuegos corren, qué deseos despiertan?
Insaciable, escarba la tierra
condenado por nuestra falla ancestral,
llorando: sangre, deja que la sangre sea derramada;
la carne debe saciar su boca, cruda herida.
Fúnebres los dientes desgarrando y dulce
la chamuscada furia de su pelaje;
sus besos marchitan, cada garra es una zarza,
la muerte consume su apetito.
En el despertar de este felino feroz,
encendidas como antorchas para su gozo,
mujeres calcinadas y acuervadas yacen,
siendo sus cuerpos carnada para el hambriento.
Las colinas fraguan la amenaza, provocando sombras;
la medianoche cubre el tórrido bosque;
el negro merodeador, seducido por el amor
de sigilosas caderas, vigila mi velocidad.
Tras los matorrales que gruñen en mis ojos
ágil acecha el único, en sueños tiende la emboscada
con sus garras brillantes que destrozan la carne
y esos hambrientos, hambrientos, muslos firmes.
Su ardor me aprisiona, enciende los árboles,
y yo corro resplandeciendo en mi piel;
¿qué calma, qué frío puede abrazarme
cuando su mirada fija y amarilla quema y arde?
Lanzo mi corazón para frenar su paso,
pierdo sangre para apagar su sed;
él come, mas su necesidad busca aún comida,
exige un total sacrificio.
Su voz me acorrala, deletrea un trance,
el bosque de vísceras se hace ceniza;
perturbada por un deseo secreto, me apuro
de un ávido asalto de resplandor.
Al entrar en la torre de mis miedos,
cierro las puertas sobre la oscuridad culpable,
atranco la puerta, cada puerta atranco.
La sangre hierve, retumba en mis oídos:
Los pasos de la pantera en la escalera,
subiendo uno a uno los escalones.
Sylvia Plath, 1956.
un día me dará muerte;
arden los montes por su gula,
él pasea más arrogante que el sol.
Más suave, se desliza más ligero a cada paso,
avanzando siempre a mis espaldas;
Desde un desolado abeto, los grajos graznan caos:
comienza la cacería, la trampa ha florecido.
Desollada por espinas asciendo las rocas,
Atravieso, demacrada, el blanco y caluroso mediodía.
Por la red roja de sus venas
¿qué fuegos corren, qué deseos despiertan?
Insaciable, escarba la tierra
condenado por nuestra falla ancestral,
llorando: sangre, deja que la sangre sea derramada;
la carne debe saciar su boca, cruda herida.
Fúnebres los dientes desgarrando y dulce
la chamuscada furia de su pelaje;
sus besos marchitan, cada garra es una zarza,
la muerte consume su apetito.
En el despertar de este felino feroz,
encendidas como antorchas para su gozo,
mujeres calcinadas y acuervadas yacen,
siendo sus cuerpos carnada para el hambriento.
Las colinas fraguan la amenaza, provocando sombras;
la medianoche cubre el tórrido bosque;
el negro merodeador, seducido por el amor
de sigilosas caderas, vigila mi velocidad.
Tras los matorrales que gruñen en mis ojos
ágil acecha el único, en sueños tiende la emboscada
con sus garras brillantes que destrozan la carne
y esos hambrientos, hambrientos, muslos firmes.
Su ardor me aprisiona, enciende los árboles,
y yo corro resplandeciendo en mi piel;
¿qué calma, qué frío puede abrazarme
cuando su mirada fija y amarilla quema y arde?
Lanzo mi corazón para frenar su paso,
pierdo sangre para apagar su sed;
él come, mas su necesidad busca aún comida,
exige un total sacrificio.
Su voz me acorrala, deletrea un trance,
el bosque de vísceras se hace ceniza;
perturbada por un deseo secreto, me apuro
de un ávido asalto de resplandor.
Al entrar en la torre de mis miedos,
cierro las puertas sobre la oscuridad culpable,
atranco la puerta, cada puerta atranco.
La sangre hierve, retumba en mis oídos:
Los pasos de la pantera en la escalera,
subiendo uno a uno los escalones.
Sylvia Plath, 1956.
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