miércoles, 1 de noviembre de 2023

El hombre polilla*, Elizabeth Bishop

 

*Hombre-polilla (Man-Moth): errata en el periódico que debió decir “Mamut” (mammoth)

 

                            Aquí, en lo alto,

las grietas de los edificios desbordan una luz marchita de luna.

La sombra entera del Hombre es tan grande como su sombrero.

Yace a sus pies como un círculo donde pueda pararse una muñeca,

y él tuerce un alfiler, la punta magnetizada hacia la luna.

No ve la luna; observa tan sólo sus vastas propiedades,

sintiendo la luz indefinible en sus manos, ni fría ni caliente,

de una temperatura imposible de registrar en los termómetros.

 

                                    Pero cuando el Hombre-Polilla

paga sus raras, aunque imprevistas, visitas a la superficie,

la luna le parece muy diferente. Él emerge

de una abertura bajo el borde de una de las banquetas

y empieza a escalar con nerviosismo las caras de los edificios.

Cree que la luna es un pequeño agujero en la cima del cielo,

lo que demuestra que el cielo no sirve de protección.

Tiembla, pero debe averiguar hasta dónde puede trepar.

 

                                   Sobre las fachadas,

arrastra tras de sí su sombra como la tela de un fotógrafo

escala con miedo, confiando en que esta vez conseguirá

pasar su pequeña cabeza por la redonda y limpia abertura

y será absorbido, como desde un tubo, en negras volutas de luz.

(El Hombre, inmóvil debajo suyo, no se hace ilusiones.)

Pero el Hombre-Polilla debe hacer eso que tanto teme, aún cuando

falle, naturalmente, y caiga asustado pero sin lastimarse.

 

                                         Luego regresa

a los pálidos subterráneos que llama hogar. Revolotea,

aletea, y es incapaz de abordar los trenes silenciosos

demasiado veloces para adaptarse a él. Las puertas se cierran rápidamente.

El Hombre-Polilla siempre se sienta en sentido contrario

y una vez lleno el tren arranca, a una terrible velocidad,

sin cambios en la marcha ni gradaciones de cualquier tipo.

No puede calcular el ritmo al que viaja en reversa.

 

                                        Cada noche debe

ser llevado por túneles artificiales y soñar las mismas cosas.

Así como las traviesas se repiten bajo su tren también lo hacen

en su cerebro acelerado. No se atreve a mirar por la ventana,

porque el tercer riel, la incesante corriente de veneno,

corre a su lado. Considera esto una enfermedad

a la que por herencia es susceptible. Debe mantener

sus manos en los bolsillos, como otros llevan bufandas.

 

                                          Si lo atrapas,

apunta su ojo con una linterna. Verás sólo una pupila oscura,

una noche tan noche, cuyo horizonte peludo se contrae

cuando mira hacia atrás y cierra el ojo. Luego se desliza por sus párpados

como aguijón de abeja, una lágrima, su única posesión.

Disimuladamente la enjuga con la mano, y si te distraes

la sorberá. Pero si miras, te la ofrecerá, fría como si viniera

de manantiales subterráneos y lo bastante pura para beberla.


Versión al español: Brianda Pineda Melgarejo
























The Man-Moth
Elizabeth Bishop

Man-Moth: Newspaper misprint for “mammoth.”

 

Here, above,

cracks in the buildings are filled with battered moonlight.

The whole shadow of Man is only as big as his hat.

It lies at his feet like a circle for a doll to stand on,

and he makes an inverted pin, the point magnetized to the moon.

He does not see the moon; he observes only her vast properties,

feeling the queer light on his hands, neither warm nor cold,

of a temperature impossible to record in thermometers.

 

                     But when the Man-Moth

pays his rare, although occasional, visits to the surface,

the moon looks rather different to him. He emerges

from an opening under the edge of one of the sidewalks

and nervously begins to scale the faces of the buildings.

He thinks the moon is a small hole at the top of the sky,

proving the sky quite useless for protection.

He trembles, but must investigate as high as he can climb.

 

                     Up the façades,

his shadow dragging like a photographer’s cloth behind him

he climbs fearfully, thinking that this time he will manage

to push his small head through that round clean opening

and be forced through, as from a tube, in black scrolls on the light.

(Man, standing below him, has no such illusions.)

But what the Man-Moth fears most he must do, although

he fails, of course, and falls back scared but quite unhurt.

 

                     Then he returns

to the pale subways of cement he calls his home. He flits,

he flutters, and cannot get aboard the silent trains

fast enough to suit him. The doors close swiftly.

The Man-Moth always seats himself facing the wrong way

and the train starts at once at its full, terrible speed,

without a shift in gears or a gradation of any sort.

He cannot tell the rate at which he travels backwards.

 

                     Each night he must

be carried through artificial tunnels and dream recurrent dreams.

Just as the ties recur beneath his train, these underlie

his rushing brain. He does not dare look out the window,

for the third rail, the unbroken draught of poison,

runs there beside him. He regards it as a disease

he has inherited the susceptibility to. He has to keep

his hands in his pockets, as others must wear mufflers.

 

                     If you catch him,

hold up a flashlight to his eye. It’s all dark pupil,

an entire night itself, whose haired horizon tightens

as he stares back, and closes up the eye. Then from the lids

one tear, his only possession, like the bee’s sting, slips.

Slyly he palms it, and if you’re not paying attention

he’ll swallow it. However, if you watch, he’ll hand it over,

cool as from underground springs and pure enough to drink.

 

Elizabeth Bishop, “The Man-Moth” from The Complete Poems 1926-1979. Copyright © 1979, 1983 by Alice Helen Methfessel. Used by permission of Farrar, Straus & Giroux, LLC, http://us.macmillan.com/fsg. All rights reserved.


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